Por un consumo responsable, por la fertilidad de la tierra y la soberanía alimentaria, !!!No a los transgénicos!!!
Manifiesto
Coloquialmente llamamos transgénicos a los organismos modificados genéticamente (OMGs). Se fabrican en un laboratorio como producto de añadir a un ser vivo, genes que no pertenecen a su especie (animales-vegetales). Las multinacionales que los producen solicitan una patente sobre el nuevo material genético y pretenden además, desarrollar de forma comercial la esterilización de semillas, hasta ahora bloqueadas por una moratoria. De este modo, no sólo se aseguran el beneficio, también el control de la producción mundial de alimentos, vinculando las necesidades agrarias y alimentarias mundiales a sus intereses. El control absoluto de la alimentación por parte de las multinacionales pone en peligro la autonomía, la seguridad y la soberanía alimentaria de campesin@s, consumidor@s y, en definitiva, de toda la población.
El desarrollo de la agricultura industrial ha llevado a los transgénicos como un proceso necesario. Las transformaciones en la agricultura y ganadería orientándose al mercado, urbano en primera instancia y global después, se han desarrollado persiguiendo el incremento del rendimiento (volumen producido por hectárea o animal) y de la productividad (volumen producido por unidad de trabajo), desconsiderando las desventajas para agricultor@s y trabajador@s agrícolas más allá del beneficio económico inmediato para l@s primer@s.
Los resultados han sido:
– Agotamiento y contaminación de la tierra, del agua, de las semillas y de los animales;
– Eliminación de trabajo en el campo, emigración forzosa a la ciudad y agudización de flujos migratorios a países ricos para contratarse como mano barata y precarizada;
– Acaparamiento de la tierra en menos propietarios;
– Necesidad cada vez mayor de capital y tierra para obtener el mismo resultado económico y por tanto, ruina y subsiguiente emigración de l@s pequeñ@s agricultor@s;
– Pérdida del control sobre las consecuencias de la incorporación de las tecnologías y métodos industriales en la producción agraria y en el ecosistema; y
– Nuevos problemas o agravamiento de los anteriores, que aumentan la dependencia y el gasto en soluciones tecnológicas en manos de las industrias productoras de semillas, maquinaria, fertilizantes, fitosanitarios, etc.
Con una retórica que dice superar los problemas creados por la agricultura industrial, los alimentos transgénicos son una supuesta solución tecnológica que, orientada al aumento de la productividad, se presenta como la solución al hambre en el mundo. Por el contrario, es la dificultad de acceso -cuando no el robo o la expropiación a los campesinos- a recursos productivos como la tierra, el agua, las semillas y otros medios de producción, lo que atenta contra la seguridad alimentaria.
Las semillas transgénicas que se cultivan en el mundo han sido manipuladas para ser resistentes a determinados herbicidas químicos, con lo que aumenta su uso. También para segregar la toxina Bt contra el gusano en el maíz y en el algodón, pero ya han empezado dichos gusanos a hacerse resistentes. Por último, les incorporan genes que inutilizan los efectos de los antibióticos, lo que implica que, a medio plazo, los antibióticos utilizados con estas semillas serán inservibles como medicamentos para las personas (cada vez están mas introducidos en la medicina) y para los animales. A su vez, proliferan experimentaciones, con menor control aún y, a menudo ilegales, sobre plantas y árboles – cítricos en el País Valencià de la mano de las instituciones públicas- que aumentan los riesgos hacia el futuro de los cultivos tradicionales en cada territorio.
En un círculo vicioso, los transgénicos agudizan los problemas que prometen resolver: abuso de agroquímicos, crecimiento de plagas, resistencia a los productos que combaten las plagas, aumento de la contaminación de aguas y suelos, pérdida de fertilidad de la tierra, menores rendimientos de los cultivos. Acrecientan la incapacidad de los agricultores para resolver sus problemas “técnicos” y, con ello, su dependencia del agronegocio. Las relaciones entre los nuevos genes y los antiguos no son predecibles porque nunca han interactuado unos y otros en el mismo organismo. No podemos determinar qué pasará en las generaciones futuras de dichos organismos. Uno de los problemas reconocidos es la inestabilidad de los genes implantados. Es inevitable que los cultivos transgénicos, en el caso del maíz a través de la polinización cruzada, transfieran los nuevos genes de unas plantas a otras, de unos campos a otros y a lo largo de la cadena alimentaria. Con ello aumentan los riesgos sobre la salud de las personas y del propio ecosistema del que los campos de cultivo y el ganado forman parte.
Por lo tanto, admitir la coexistencia normalizada de los cultivos transgénicos con los no transgénicos, supone aceptar una contaminación segura y la transferencia de genes resistentes a antibióticos y pesticidas, desde las semillas transgénicas a otras plantas y seres vivos. Una vez que se acepta la contaminación como inevitable, se invoca el “principio de precaución” en vano y la normativa se limita a regular dicha contaminación mediante soluciones que forman parte del problema:
– Medidas correctoras que intentan minimizar la contaminación;
– Seguimiento para comprobar fallos, insuficiencia de las medidas correctoras y evolución de la contaminación;
– Suspensión de autorizaciones caso de probarse daños inaceptables o irreparables; y
– Sistema de responsabilidad económica ante daños probados.
En resumen, los cultivos y alimentos transgénicos, lejos de resolver problemas, los agudizan y se despliegan, sobre todo, porque son un negocio que profundiza la dependencia de los agricultores ante “soluciones tecnológicas” que sólo buscan garantizar un mercado a las empresas agrobiotecnológicas. Para “ayudar” a los agricultores, dichas empresas y sus técnicos, con la ayuda de los gobiernos e instituciones internacionales, nos presionan diciendo que han superado las pruebas legales, cuando han salido al mercado sin haber demostrado su inocuidad. Los cultivos y alimentos transgénicos son un peligro del que tenemos que defendernos porque:
– Forman parte del modelo agroindustrial de producción y distribución globalizada de alimentos que subordina el derecho a la alimentación y la fertilidad de la tierra, a la obtención de beneficios.
– Acentúan la inseguridad alimentaria puesto que sus riesgos sobre la salud humana, animal y vegetal son impredecibles y las autoridades, tal como exige el principio de precaución, no exigen a sus promotores demostrar la inocuidad de los mismos antes de introducirlos en la cadena alimentaria.
– Agudizan los daños sobre el medio ambiente porque: provocan que los insectos y hierbas a los que supuestamente combaten, acaben haciéndose resistentes a sus «venenos»; contaminan a otras plantas y también a bacterias y microorganismos del suelo y el agua con sus nuevas «propiedades» insecticidas y antibióticas. Esto supone la generalización de la resistencia a antibióticos e insecticidas en la cadena trófica.
– Aunque se prohíba el cultivo en algunas zonas, más frágiles, más ecológicas, con mayor rechazo social, la autorización de su comercialización, en un mercado global, condena a los países empobrecidos a producir transgénicos (para agrocombustibles, para cereales, para pienso, etc.). Recíprocamente, en los países ricos, aparentemente nos protegemos con legislaciones que, invocando el principio de precaución en vano y el derecho a elegir una agricultura y una alimentación sin transgénicos (normativas de coexistencia, obligación de etiquetados en productos alimenticios por encima del umbral de detección, declaraciones formales de zonas libres de transgénicos, etc.), realmente sirven de coartada para aparentar que la protección sobre la seguridad alimentaria, la agricultura ecológica y el medio ambiente es alta y responde al rechazo social a los transgénicos, cuando es todo lo contrario: el mercado se inunda cada vez más con alimentos transgénicos, los productos ganaderos se basan en piensos transgénicos y se facilita, con este doble rasero, la mayor penetración de los cultivos transgénicos en todo el mundo.
– Terminan agotando y contaminando la tierra y el agua. Van desapareciendo los pequeños agricultores y la tierra pasa a menos manos. Cada vez aumenta más la dependencia y el gasto en soluciones tecnológicas en manos de las industrias del agronegocio. Por tanto el camino es trabajar por una ganadería y agricultura ecológica, la cual es respetuosa con el medio ambiente y la salud de todas las personas.
Por estas razones, esta plataforma se constituye para:
Defender la prohibición total de cultivos y alimentos transgénicos.
No a las patentes sobre los seres vivos; No a la normativa de coexistencia.
No a los transgénicos: ni producidos, ni importados, ni consumidos.
Plataforma Transgènics Zero País Valencià
Yo _______________________________________________________________ ,
con DNI nº:______________
en representación de ________________________________________________ me
identifico y me adhiero al manifiesto.
Firma
(10 noviembre 2009)