Dentro del primer grupo tendríamos, por ejemplo, la domesticación de una especie vegetal salvaje, como el teosinte, que a partir de la selección por las manos campesinas, en el proceso de plantar y seleccionar, de la prueba y error, cultivo tras cultivo (aprovechando mutaciones y la propia selección natural) derivó en una nueva especie, el maíz y sus múltiples variedades, sustento de muchas culturas. Podríamos hablar de un proceso de selección en la naturaleza exitoso acompañado por la sabiduría y tenacidad del ser humano buscando caracteres adecuados que potenciar. Una mejor adaptación a su realidad climática, a las características del suelo, un sabor determinado, etc. Una vez “conseguidas” estas nuevas especies o variedades el esfuerzo consiste en mantenerlas “en activo” y evitar que pierdan sus rasgos privilegiados. Es un proceso biotecnológico de primera magnitud al alcance y en las manos campesinas.
El segundo grupo de modificaciones llegó de la mano de una tecnología más puntera –dirán-, más especializada –dirán-, casi casi de laboratorio. Éste es el proceso de la revolución verde, donde también con el objetivo de mejorar algunas características se forzó la hibridación entre diferentes variedades. Con este acelerón sobre los ritmos naturales aparecieron también nuevas variedades de trigos o maíces, por ejemplo, aunque al reproducirse van perdiendo ese vigor, esa característica que se venía buscando. Viene a ser como la Sirenita, que para conseguir andar con piernas humanas tuvo que sacrificar el habla. Así nos encontramos que desde la introducción de estos híbridos comerciales, impulsada por administraciones, empresas, etc., inundando el mercado con semillas homogéneas –patentadas y con derechos de propiedad intelectual-, sin intercambios y sin resiembras, el número de variedades de muchas especies comestibles ha disminuido drásticamente. Se globalizó una tecnología vetada para casi todas y todos que rebajó el censo de la naturaleza.
Dentro de este estilo de entender la tecnología nos encontramos a los OGM, las semillas modificadas genéticamente, donde en otro proceso artificial –muy artificial-, se introducen genes de una especie (de una bacteria, por ejemplo) en otra especie muy lejana (por ejemplo en una planta), para generar un nuevo híbrido artificial que no se puede reproducir. Un sueño mitológico como los centauros mitad humanos, mitad caballos, contrario a los principios naturales de la multiplicación de las variedades, elemento fundamental del milagro de la sobrevivencia.
Si a la depredación consumista de la especie humana exterminadora de muchas especies animales y vegetales le sumamos la multiplicación de seres transgénicos uniformes y estériles, la reducción de la biodiversidad será dramática. Más si cabe cuando la agricultura deberá afrontar las consecuencias del cambio climático y necesitaremos del máximo número de variedades fértiles y adaptadas posibles. Sr. Darwin, ¿qué opina de estos cuentos mitológicos, de estos cuentos de sirenas?
Gustavo Duch Guillot, ex Director de Veterinarios Sin Fronteras, colaborador de la Universidad Rural Paulo Freire
(8 de julio de 2009)