— Si al menos en televisión no dieran los síntomas …
— Lo peor es que esos mismos síntomas existen en la vejez, la depresión posparto, la pubertad, la intoxicación etílica leve …
— ¿Te acuerdas de la cantidad de pacientes que vinieron a pedir pruebas por si tenían fiebres puerperales? –pregunta un poco retóricamente la doctora Coll. En su bata blanca lleva una chapa de fondo azul con letras blancas: “El médico es el guardián de la nada”.
— ¡Como para olvidarlo! Tengo pendiente un expediente de un señor de setenta años, diagnosticado de prostatitis, que se enfadó conmigo porque le dije que si no había parido recientemente no había peligro … Y lo peor es que del Ministerio me han pedido que argumente por qué le di esa respuesta y no valoré su patología por si pudiera presentar un cuadro de fiebre puerperal …
La doctora Coll escucha con una notable carencia de extrañeza: trabaja en el sistema de Salud desde hace veinticinco años y ya no malgasta su indignación con la ignorancia de sus jefes.
En su bata blanca lleva una chapa de fondo azul con letras blancas: “Lo que te agrede es tu suspicacia” y sin darse cuenta, la manosea.
El doctor Sinus empieza su consulta con semblante pétreo. La primera paciente, de treinta años, le cuenta que “no hace piernas”; es decir, que últimamente “no es capaz de soportar ni una china en el ojo”, “le duelen hasta las gobanillas” y quiere un medicamento para eso. El doctor Sinus, poco dado a vuelos teóricos la mira como quien ve llover, le pregunta por sus deposiciones, su apetito y le toma la tensión. Le da una receta de un jarabe antiflogístico inocuo que tiene unos componentes con nombres tremendos, y le dice que si no se encuentra mejor dentro de un mes, que vuelva. El doctor Sinus no sabe que todos sus pacientes se han alertado entre sí y desean tomar ese jarabe misterioso que los consuela de una vida poco excitante.
En Urgencias ha llegado un paciente transportado como un cerdo al matadero entre sus dos fornidos hijos. Y a los lamentos que da el enfermo por el traqueteo se suman las voces de los acompañantes.
— ¡Un médico, un médico!
Llega la doctora Arenas con su maletín y su estetoscopio. En su bata blanca lleva una chapa de fondo azul con letras blancas: “La salud es un estado transitorio que no augura nada bueno”.
— ¡Déjenlo en la camilla y esperen fuera!
— Es nuestro padre.
— No lo dudo, pero esperen fuera, por favor.
— ¿Es que no lo va a ver un médico?
— Yo soy médico.
— Ya … ¿pero no hay un hombre médico?
La doctora les mira fijamente y su expresión indescriptible logra que decidan salir a toda prisa. Pero están mohínos y se ponen a escuchar con la oreja pegada a la puerta.
— ¿Qué le pasa a usted?
— ¡Tengo embozaos los chufletes del liviano! …
Tina, la enfermera, que es autóctona, traduce:
— Dice que tiene congestionados los bronquios …
La doctora Arenas le ausculta y nota unos suaves silbidos en el pecho. Le toma la temperatura y no tiene fiebre. Le examina las piernas y no observa nada anómalo.
— ¿Tiene dificultades para andar? ¿Se marea?
— No, no señora …
— ¿Y por qué le han traído en vilo sus hijos?
Enrojece y farfulla:
— Es que si no, no me hacen caso y me hacen esperar … y tenemos que ir a coger la aceituna … ¡A mí no me regalan nada! …
— ¡Ya! ¡Vístase usted!
Hace una receta para un jarabe expectorante y le recomienda:
— Deje usted de fumar y la próxima vez que venga a urgencias sin que sea urgente … —No puede continuar porque los hijos abren la puerta e irrumpen en la consulta ante la falta de respeto al autor de sus días:
— Claro, como usted es mujer se atreve … ¡Si fuera usted un hombre ya le habríamos “chafao” los morros! ¡Vamos, padre, vamonos!
Tina y la doctora Arenas se miran embelesadas sin poder reaccionar.
— ¿Cómo habrá conseguido la doctora Coll la chapilla esa de la suspicacia?—pregunta Tina.
— ¡Anda, se me había olvidado, tengo unas chapas que te van a encantar! —Y saca del bolsillo lateral del maletín dos chapas azules con letras blancas. En una pone: “Si tu ojo te escandaliza, sácatelo” y en otra: “Si te dan una bofetada, pon la otra mejilla”.
— ¿Cuál quieres?
— No, déjalo, voy a ver si encuentro la de «Dios me perdonará: es su trabajo».
(3 de mayo de 2011)