“El entrenamiento en tareas demasiado complejas para el bebé antes de que el sistema esté preparado para llevarlas a cabo puede producir deficiencias permanentes en la capacidad de aprendizaje a lo largo de la vida”. Milagros Gallo [[Entrevista a Milagros Gallo
Subido por parqueciencias el 07/07/2011. Entrevista a Milagros Gallo, Catedrática de Psicobiología de la Universidad de Granada, con motivo de la Semana Mundial del Cerebro.]].
Algunos padres estimulan de forma muy precoz a sus hijos para que en el futuro sean grandes médicos, políticos, abogados, músicos, deportistas, etc. Quizás, una conveniente dosis de estimulación pudiera ser conveniente en algunos casos. Pero, en otros, puede crear el efecto contrario. De eso es de lo que hablan algunos especialistas en psicología infantil. De hecho, el mundo en el que viven los neonatos que nacen en estos tiempos ya está mucho más acelerado de lo que lo fue el tiempo de sus antepasados. Quizás nuestra especie no ha evolucionado para adaptarse a tan terrible cambio. Y, en ese caldo de cultivo, acelerar el proceso de aprendizaje, sobreestimular sus sentidos y su `psique … no parece recomendable, especialmente cuando se fuerza la máquina más de lo conveniente.
Problemas asociados
El doctor Alfonso Correa, psiquiatra infantil de Clínica Alemana, sostiene que “la sobreestimulación, en general, puede provocar en el menor una mayor inseguridad, al sentir que no es capaz de procesar todo lo que se le entrega, ya sea por exceso y/o por lo extenuante de los estímulos; por ejemplo, cuando se dan simultáneamente diversos estímulos que son discordantes o no apoyan un mensaje coherente”. Según el mismo especialista, “esto puede provocar confusión en el niño respecto de lo que se espera de él y sobre los tiempos que tiene para dar una respuesta (capacidad de reacción)”.
No todos somos iguales y también ocurre lo mismo con los niños. Algunos, por diferentes motivos, pueden ser más vulnerables, más lentos. Si estos son sometidos a un exceso de estímulos “artifíciales”, puede ser que ellos mismos generen sensaciones como frustraciones, ansiedad … Los que tiendan a inhibirse, con más estímulos … se inhibirán más si la hiperestimulación ha rebasado ciertos límites naturales.
La doctora María Soledad Cornejo, psiquiatra infantil también de Clínica Alemana, ha dicho: “Es cuando un menor se expone a un exceso de información visual, a través de la televisión o el ordenador, que pueden aparecer conductas no normales. En estos casos, se puede generar sobreestimulación afectiva sin mediación lingüística o consciente, práctica que puede favorecer en el niño la preferencia por la información rápida y la impulsividad, elementos opuestos a los que requieren los estilos docentes y académicos a los que debe adaptarse en su vida escolar. En niños con un temperamento o características constitucionales de mayor impulsividad y reactividad, la hiperestimulación tiende a desorganizarlos más. Asimismo, en menores con una predisposición biológica para el desarrollo del trastorno por déficit atencional con hiperactividad, este cuadro podría manifestarse con mayor intensidad cuanto mayor y más prolongada sea la sobreestimulación”.
Para Cornejo, “es aconsejable que los padres aprendan a conocer a su hijo e identificar su estilo propio en la forma de procesar los estímulos, sus umbrales de percepción sensorial (si registran más o menos) y sus estilos de respuestas. Se debe considerar la etapa del desarrollo que el niño está viviendo y las necesidades del momento de recibir tal o cual estímulo, de manera que sea atingente”, asegura la psiquiatra.
Cada cosa a su tiempo
Si se nos intenta preparar para tareas demasiado complejas antes de que nuestro cerebro esté realmente formado para ello … los problemas se pueden manifestar a lo largo de toda nuestra edad adulta. Por ello, la aceleración de los tiempos de aprendizaje, la sobrestimulación y las prisas en esos procesos pueden acabar mal, salvo excepciones.
– Para saber más, accedemos a textos publicados por Milagros Gallo. La investigadora granadina afirma que los problemas se generan cuando la persona sobreestimulada se bloquea emocionalmente o sufre una modificación en el sistema de la memoria. «En ambos casos, el resultado es el mismo: se aprende peor si nos han enseñado empleando técnicas complejas antes de que el cerebro se haya formado adecuadamente«, afirma. La profesora y miembro del Instituto de Neurociencias Federico Olóriz añade que «hay determinados momentos durante la formación del cerebro, que abarca desde la etapa prenatal hasta la adolescencia, en los que influyen decisivamente factores ambientales como la dieta, pero también hay otras circunstancias que afectan al comportamiento posterior y al modo de aprendizaje en etapas adultas, como es el tipo de situaciones al que fuimos expuestos durante los periodos tempranos«.
La Naturaleza
Nosotros no nos atreveríamos a decir que no sea necesario que un niño no se críe en un ambiente de estímulos vivos y vivificadores, pues lo contrario daría lugar a pequeños carentes de iniciativa, de ilusión, de interés por las cosas. Ahora bien, la cuestión está en cuáles son los estímulos a los que debe ser expuesto.
Si queremos forzar su inteligencia, sometiéndolo a una serie de procesos para los que no está preparado, probablemente ello conllevará una serie de disfunciones a corto, medio o largo plazo, disfunciones cognitivas y/o psicológicas, que se manifestarán (o no) a lo largo de toda su vida adulta.
Pero si el bebé está en contacto constante con su madre y su familia (y amigos, vecinos, etc.), si recibe estímulo del contacto con la Naturaleza (el bosque, el mar, los elementos …), si es alimentado con una dieta sana y segura y variada, si vive su vida no sometido a estímulos que no formen parte de nuestra evolución, si vive alejado de una sobreexposición al estrés postmoderno … el niño crecerá de una forma conveniente y desarrollará una adaptación al medio pertinente.
Tal como está el mundo, y sin necesidad de pretender que nuestros hijos vivan en una burbuja asocial, lo urgente hoy no es acelerar el aprendizaje de los pequeños, sino desacelerarlo y volver a ponerlos en contacto con los estímulos que forman parte de su continuum y no de un mundo de adultos. Es decir, con los estímulos que recibieron también los millones de generaciones anteriores a la suya, que no fueron, precisamente, estímulos electrónicos, que empobrecen nuestra percepción del mundo. Hay niños urbanos que van una vez cada muchos meses al campo, cuando millones de antepasados nuestros vivieron toda su vida en contacto permanente con el calor, la lluvia, la montaña, los animales, el mar … Esos estímulos sí valen la pena. La Naturaleza nunca es rápida, ni estridente. Seguir su ritmo es seguir un camino de sosiego, paz y lógica.
Insomnio infantil fruto de la aceleración
Los expertos están detectando cada vez más problemas de insomnio en edades muy precoces, algo sin precedentes entre nuestros antecesores. Los expertos señalan que la continua sobreestimulación auditiva y visual ejercida por la radio y el televisor, tal como hemos leído en una web de pediatría, “sumada a la estimulación intensiva y persistente de muchos padres y abuelos, que intentan convertir a sus hijos en seres superdotados, especialmente cuando se trata de hijos o nietos únicos, provocan una condición de estrés o ansiedad en el pequeño … que lo mantiene acelerado cuando llega la noche, interfiriendo así en la conciliación y mantenimiento del sueño. La hora del sueño debería ser un momento cálido, tranquilo y acogedor”.
Los niños, para poder dormir tranquilamente, necesitan un ambiente cálido, muy sereno, un ritmo pausado, volver a escuchar cuentos, con cadencias apaciguadoras … y no el estruendo actual de muchos hogares, en los que, además, se les estimula de forma arrolladora con no se sabe bien qué objetivos. Cuanta menos electrónica, mejor. Seguir los ritmos naturales es sinónimo de salud y bienestar, y especialmente para los más pequeños.
(11 de mayo de 2012)